El avaro |
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Una vez había un avaro que escondía en su jardín el oro que poseía. Todas las semanas iba furtivamente al jardín y se deleitaba ante su riqueza. Observando esto, un ladrón fue, desenterró el oro y huyó con él.
Al descubrir que su oro había desaparecido, el avaro lloró
amargamente. Cuando los vecinos vinieron a ver lo que había
pasado, éste dio a conocer la costumbre que tenía
de venir a visitar su tesoro.
Cuando preguntaron si alguna vez había sacado algo del
tesoro, el avaro respondió: “No, yo sólo venía a
contemplarlo.”
—En ese caso—dijo un vecino—vuelva y contemple el hueco
–le hará el mismo provecho. “Riqueza sin consumir bien puede no existir.”
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