Eva

    Él la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absur­dos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavi­tud. El trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza personal, dicha con frases entrecor­tadas y trémulos ademanes.

    En vano buscaba él los textos que podían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura espa­ñola de los siglos XVI y XVII, era un dilatado arsenal ene­migo, que glosaba el concepto del honor y algunas atroci­dades de ese mismo jaez.

    El joven citaba infatigablemente, a J. J. Bachofen,[1] el sa­bio que todas las mujeres debían leer, porque les ha de­vuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros estuvieran a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer, cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos.

Pero a la muchacha todas estas cosas la dejaban fría. Aquel periodo matriarcal, por desgracia no histórico y ape­nas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se es­capaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo una lluvia de denues­tos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz ad­quirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento.

ˇ¨En el principio sólo había un sexo, evidentemente fe­menino, que se reproducía automáticamente. Un ser me­diocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órga­nos esenciales. Hubo un momento en que se hizo impres­cindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origenˇ¨[2].

La tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. ˇ§El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historiaˇ¨, dijo casi con lá­grimas en los ojos.

Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mi­rada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Él sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó.

Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatu­ra, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en los palafitos



[1] J.  J. Bachofen: notable jurisconsulto e historiador (Basilea, 1815-1887). Puede considerársele como uno de los fundadores de la cien­cia comparada del Derecho.

 

[2] La idea básica de esta prosa sobre la necesidad de complementación entre lo masculino y lo femenino aparece también en el cuento ˇ§La For­narinaˇ¨ de Arévalo Martínez (Cratilo y otros cuentos, Universidad de San Carlos de Guatemala, 1968.)